A Charles Monroe Schulz no le quedó más remedio que buscar una respuesta al secreto de su éxito cuando Charlie Brown, Snoopy y el resto de sus personajes convirtieron su tira, “Peanuts”, en la más popular y leída del mundo. “Hay un mercado para la inocencia”, dijo a modo de única explicación. Desde hace 50 años, cuando Charlie Brown comenzó su carrera de pobre chico, se han escrito análisis y psicoanálisis que han intentado descifrar tanto la personalidad de Schulz como la de sus hijos de papel. Porque pocas tiras de dibujos han conseguido atraer tanta atención por parte de estudiosos y intelectuales. Todo empezó en 1947, cuando las primeras historietas de un joven dibujante de Minnesota, apodado Sparsky por su tío, porque le recordaba a un personaje de dibujos animados, aparecieron en un pequeño diario local, bajo el nombre de “Li’l Folks”. Su padre, un peluquero, había tenido que hacer muchas permanentes para pagar sus caros cursos de dibujo por correspondencia y Schulz, feliz de poder dibujar, declararía años más tarde: “no creo que sea un verdadero artista, en realidad me hubiera encantado ser Picasso… Pero puedo dibujar bastante bien, y también escribir, y creo que estoy haciendo lo mejor que puedo con las habilidades que me han sido concedidas ¿Quién podría pedir más?”. Sus tiras pasaron al “Saturday Evening Post”, donde su aguafiestas protagonista, Charlie Brown, quien heredó el nombre de un compañero de la escuela de arte de Schulz, empezó a llamar la atención por la facilidad con que andaba por la vida sin acertar ni una. El lanzamiento definitivo de las tiras llegó con un cambio de nombre: los Folks se convirtieron en Peanuts y pasaron a United Features Syndicate. A Shulz nunca le gustó el nombre, que traducido literalmente significa “cacahuates”, el nombre con que se designa en Estados Unidos a los niños de corta estatura, pero siempre reconoció que funcionaba. Era pegadizo y divertido. Los Peanuts aparecieron por primera vez el 2 de octubre de 1970. El mundo infantil de los Peanuts conquistó Estados Unidos como una alternativa definitiva a los personajes blandos de Disney. No hay nada de sacarina en la pequeña compañia que pronto surgió alrededor de Carlitos, y sí una profunda comprensión de cómo los miedos y rechazos que sufrimos de pequeños nos siguen acompañando en el mundo adulto. Son precisamente los adultos los grandes ausentes de las historietas. Sin duda están ahí: la maestra de Marcia y Patricia, la madre de Carlitos… pero nunca los vemos. Charles Schulz ha preferido prescindir de los mayores para que nos sintamos niños, y dio en el clavo, como reconoció en una de las escasísimas entrevistas que concedió a lo largo de su vida: “¿El éxito? Tal vez radique en que en el mundo hay muchos más Charlies Browns de los que nunca imaginé. Creía que yo era el único, y ahora me doy cuenta de que sus meteduras de pata resultan familiares para todos, adultos y niños”. Un auténtico representante de cómo la ley de Murphy puede cebarse en una persona concreta y convertir en fracaso todo lo que intenta. Porque incluso el auténtico éxito de los Peanuts llegó con su perro, Snoopy, que pronto le arrebató el protagonismo de un mordisco. La introducción de Snoopy en las tiras fue, como casi todo en la vida, muy simple: Charles Schulz era muy aficionado a criar animalitos y pensó que Charlie Brown necesitaba un perro, simplemente porque en los dibujos animados siempre quedan bien. Y se inspiró en su propio perro “Spike”, un bicho blanco con las orejas negras y grandes. Al principio, Snoopy estaba destinado a llamarse Sniffy, pero ya había otro perro de animación con el mismo nombre, así que tuvo que cambiar de filiación y de cometido: de mero acompañante pasó a desarrollar una personalidad propia, que acabó por superponerse a la de su amo, de quien de alguna manera se convirtió en amo él mismo. Snoopy pasará a la historia como el único can seguidor de Séneca que ha existido, estoico y adaptable con un único afán: la supervivencia. ¿Cómo pasará a la historia la personalidad de Charlie Brown? O mejor. ¿cuánto de él hay en Charles Schulz, y viceversa? El dibujante, como le pasó a Carlitos con su perro, ha sido a veces desplazado por su personaje, hasta el punto de que en ocasiones, y un pleín molesto, se ha sentido obligado a rechazar que Carlitos sea su alter ego, aunque nunca ha negado lo mucho que se deben el uno al otro. De entrada, la fama y el dinero, aunque ninguna de las dos cosas le haya quitado nunca el sueño al dibujante, que, convertido ya en un figurón de relumbre con millones de lectores, no abandonó sus placeres: la música clásica, el golf y el patinaje. Una afición, esta última, que le permitió conocer a su segunda esposa cuando ambos contemplaban las evoluciones de sus respectiva hijas el Santa Rosa, California. La última tira de los Peanuts apareció el pasado 3 de enero del 2000. En ella, Schulz se dirigía a sus lectores diciendo que siempre había querido ser un dibujante, y que se sentía bendecido por haber podido hacer durante 50 años algo que amaba. Sin duda, los lectores, a lo largo de dos generaciones, han podido percibir el amor que el autor sentía por sus criaturas, tiernas y lúcidas al mismo tiempo. Nunca las hizo comportarse de una forma ajena a su propia personalidad, nunca las traicionó. En palabras de uno de sus amigos, creó “un icono de la inocencia que se enfrentaba diaramente a las perplejidades de la vida”. Porque él mismo era un ser inocente, un hombre bueno en el sentido machadiano: no por nada durante años ha triunfado en Broadway un musical que llevaba por título “Eres un buen hombre, Charlie Brown”. Bueno y con una tendencia a la depresión que compartía con su criatura, Carlitos. Pero ambas buscaban una cura de forma diferente: mientras Charlie Brown acudía siempre que reunía cinco centavos a la consulta psiquiátrica de Lucy, otro de los personajes de mayor éxito de los Peanuts, Schulz cultivaba su vena melancólica. Al decir de su biógrafa, Reta Grimsley Johnson, autora de “Good grief: the story of Charles M. Schulz”, el dibujante necesitaba sentirse a menudo desgraciado para ser feliz. Dicen que el origen de su carácter depresivo estaba en el mal de amores: Schulz fue rechazado en su juventud por una pelirroja pizpireta, Donna Jonson, a la que ni el tiempo ni dos matrimonios consiguieron borrar de su memoria. ¿Será por ello que Charlie Brown siempre persiguió en las tiras a una encantadora niña pelirroja que jamás se dignó mirarle? Poco es lo que ha cambiado en los Peanuts a lo largo de todos estos años. Los rasgos de los persojanes se han estilizado, pero ellos han continuado siendo los mismos. Ellos y su visión un tanto existencial del ser humano. Una visión en la que el carácter derrotista de Charles Schulz tuvo mucho que ver. Según su biógrafa, “el rechazo es su especialidad, perder es su área de experiencia, y se ha pasado toda su vida fallando de una forma perfecta”. Quizá fuera por ello que, cuando en pleno apogeo de su éxito, en mayo de 1969, la NASA decidió denominar Snoopy al módulo lunar y Charlie Brown al módulo central de su Apolo X, la nave nunca consiguió aterrizar en la luna. Las tiras de los Peanuts han sido definidas muchas veces en Estados Unidos como “nuestros filósofos contemporáneos”, y encontraron un terreno abonado entre quienes reclamaron el triunfo de la imaginación hace ya tantos años. Los ya cuarentones se siguen sintiendo Charlies Browns cada vez que que su equipo está a punto de marcar y ellos por error lo evitan en el último momento, pero las nuevas generaciones miran en otra dirección, hacia Dilbert o Calvin y Hobbes, hacia personajes más cínicos y, de alguna manera, materiales, tal vez porque todavía piensan que son ellos los que van a marcarle goles a la vida. Charles Schulz vio cómo sus Peanuts se multiplicaban y llegaban adonde ninguna otra tira lo había hecho antes: 2600 diarios de 75 países con más de 355 millones de lectores. Pero estas cifras astronómicas no consiguieron alterar su existencialismo básico, su cariño por los perdedores, por los buenos chicos, por los metepatas y aguafiestas. Su convicción de que el sentido de la vida consiste en “irse a dormir esperando que mañana sea un dia mejor”. Para Charles Monroe Schulz y hasta el final, la felicidad siguió siendo una manta que nos dé seguridad o una cálida mascota, aunque entre dientes se ría de nosotros. GRACIAS CHARLES…FUISTE UN BUEN HOMBRE